Nada. Todo.
Llovía. Y la lluvia no cesaba. Siempre continua, siempre descendiendo
solemne sobre nuestras cabezas. Creo
recordar que por aquella época había caído en la rutina. Pero a decir verdad ni
me importaba, ni, aún a día de hoy, me importa lo más mínimo. Levantarme,
desayunar, vestirme e ir al trabajo. Un trabajo gris, como todos los días de mi
vida. Recuerdo difusamente cómo cada mañana al bajar en el ascensor, tenía que
saludar forzosamente a cada uno de mis vecinos, mayores, solitarios, e incluso
algún que otro inútil con aires de intelectual. Aquel día pintaba ser como otro
cualquiera. La misma ciudad, la misma lluvia, la misma soledad abrumadora. Al
cruzar el portón de cristal que separaba el interior del edificio del resto del
mundo, me encontré, casi de frente, con un ser del que estuve cerca de sentir
cierta lástima. Su estatura no distaba demasiado de la de un niño de cuatro
años. Estuve a punto de tirarle al suelo, pero poseía un misterioso equilibrio
que yo creo, era debido a su corta estatura. Pese al incidente él continuó como
si nada hubiese ocurrido. Creo recordar que le pedí disculpas, pero él apenas
llegó a escuchar una sola palabra de mi boca. A las diez menos cuatro minutos
me encontraba frente al enorme rascacielos de oficinas que resultaba mi
rutinario lugar de trabajo. Y de repente lo vi, frente al recibidor, con un
jubón de tela, excesivamente mojado, y con una expresión ciertamente vacía en
el rostro. Entonces lo decidí, debía hablar con él, no era pura coincidencia.
Me dirigí hacia él, con paso firme, pisoteando cada gota de lluvia que en mi
camino se encontraba. Llegué a su encuentro a las diez menos tres minutos. ¡Y
cuán fue mi sorpresa al ser él quien comenzase nuestra curiosa conversación!
- - Encantado de conocerle, Señor Deckard. Le
estaba esperando. Se ha adelantado dos minutos y 47 segundos.
La expresión descolorida e inexpresiva que se dibujó
en mi faz dejó maravillado a aquel pequeño hombre que se encontraba frente a
mí.
- -No se asuste, no se asuste, por favor.
¿Tampoco soy tan feo, no?-se rio mostrando una dentadura claramente desgastada
por el paso del tiempo.
- -No… no, hombre, por supuesto que no.
Simplemente me ha asustado que usted me estuviese esperando, no le conozco de
nada.
- - ¿Tan pronto me has olvidado Billy?-tras mi
incertidumbre continuó hablando:
- - Está bien, ahora escúchame, tengo que
contarte algo muy importante y no dispongo de mucho tiempo.
- -Tampoco es que el mío me sobre, de modo
que sea ustd algo más concreto, por favor.
- - Entonces présteme mucha atención, solo lo
diré una vez y jamás lo repetiré.
- - Habla pues.
- - Mi nombre es William Deckard. De repente
esas palabras del enano me aterraron profundamente.
- - ¿Qué acaba de decir?
- - Tranquilo, ya te he dicho que te tengo que
revelar algo muy importante.-mi cara de absoluta sorpresa debía ser un cuadro
digno del mismísimo Munch- Sígame, entraremos en este postigo y le mostraré la
verdad de las cosas
- -¿De qué cosas?
- - De todo y de nada
Me condujo por un estrecho y angosto corredor, que
parecía no tener un final visible. A las diez menos 1 minuto llegamos al final
del pasillo. Había una puerta, o una ventana, no lo recuerdo con exactitud.
Misteriosamente habíamos llegado al ático del edificio. Creo que yo estaba en
una especie de trance, ya que tengo un difuso recuerdo de cómo se desarrolló
todo lo siguiente.
- Yo soy tú, querido Will.
Aquella mañana yo no dejaba de asombrarme segundo
alguno. Aunque no fui capaz de articular palabra alguna en toda la
conversación.
Ese día el oscuro cielo de la urbe parecía
resplandecer en un brillo especial, algo cuya presencia apenas se advertía en
la mediocridad del gris usual. El viento venía algo frío, pero no lo suficiente
como para que pudiera sufrirlo. Abajo los ciudadanos continuaban con sus
quehaceres rutinarios, ajenos a lo que ocurría sobre sus cabezas. Nunca sabrían
nada. Que la verdad me revelaría el enano, y pues habló con grata voz:
- - ¿Qué crees que pasaría si me tiro desde
aquí arriba?
No entendía a aquel enano suicida.
- -Piensas que moriría, lo veo en tu cara.
Sin embargo, déjame demostrarte que eso no es así.
De repente sin mayor preámbulo se precipitó al vació
con un silbido susurrante producido sobre el viento al caer. “Sí que ha sido
corta la conversación” pensé para mis adentros con cierto humor negro. No sabía
cómo reaccionar, ¿llamaba a alguien, bajaba a buscar ayuda…? Y en aquel preciso
instante volví a oír su voz, la mía, que sin vacilación alguna se dirigía hacia
mí, caminando lentamente. No le veía, porque no podía darme la vuelta, de modo
que simplemente le escuché.
- - ¿Qué es la vida? Se han preguntado muchos.
Esto no es verdad, solo se lo ha preguntado una persona, tú; porque solo tú
sabes la respuesta, ya que tú eres la respuesta. Sé que no entenderás nada,
tranquilo, sé lo complicado que resulta. Todo existe porque tú crees en ello.
No te creas que eres un dios, ¡ni mucho menos! Simplemente eres todo. Desde
pequeño has estudiado que el cuerpo humano tiene un corazón, un cerebro,
músculos, huesos, etc. Y eso es así en este mundo porque tú has querido que así
sea. A decir verdad eres un alma fascinante querido Will. Has creado la luz, a
un ser capaz de hablar, moverse e incluso pensar. No todo el mundo posee tu
inteligencia créeme. Imagino que todavía no me entenderás, de modo que te
explicaré quién soy yo. Soy la parte más remota y escondida de ti, soy lo que
siempre quisiste ser pero que tú mismo anulaste al nacer.
No me apetecía interrumpirle, pero me vi en la
obligación de ello:
- -No te ofendas, pero no eres exactamente el
prototipo perfecto de mí.
- -Claro que lo soy, siempre has estado
preocupado por lo que pensarán los demás, por el qué dirán. Yo no. Por eso
quieres ser como yo, pero no puedes porque tu mundo es demasiado perfecto como
para manipularlo. Crees que eres uno más pero no, eres el único, no porque seas
diferente al resto, sino porque no existe un resto. Todo es cosa tuya, el amor,
las mujeres, los animales, el Empire State, Marte… Todo lo has creado tú, pero
no el tú tal y como lo conoces ahora, sino el tú de verdad, el que no posee ni
cuerpo, ni cerebro, ni corazón, pero sin embargo existe. Esto no es el mundo,
sino tu visión personalizada y manipulada de él. El mundo no es un lugar
físico, sino un estado. Un estado en el que existes, en el que no naces ni
mueres. Y la vida no es más que tu propia imaginación de lo que podría ser. La
muerte y el nacimiento son lo mismo y es lo único que tienen en común todas
vuestras vidas.
- -¿A qué te refieres con nuestras?
- - A todas las almas que os encontráis en el
mundo, como estado. Y ahora, si has entendido todo lo que te he dicho, que
espero que sí, ¿te preguntarás por qué he elegido este preciso día para
revelarte esto, verdad? –Entonces hubo una pausa espeluznante que se me hizo
eterna- Aún en el mundo, existe la muerte, no como algo físico sino como un
hecho, como el eliminar del ordenador
o el suprimir. Y hoy es tu día, ese
día en el que se acaba tu tiempo, para dejar paso a nuevas almas que quieran
imaginar otro mundo igual, o incluso mejor que el tuyo. Por eso te he dicho que
me queda poco tiempo, porque a ti te queda poco tiempo y no quería que
desaparecieses sin saber la verdad.
- -Pero ¿y qué pasa si no hago nada, si me
quedo en este mundo de por vida?
- -Eso no va a pasar.
Entonces noté que algo me empujaba hacia delante, como
si el viento soplase hacia el borde del ático a mis espaldas. Yo veía como se
aproximaba el final hasta que, de repente, resbalé y me precipité al vacío.
Entonces pude ver en las paredes cristalizadas del edificio toda mi vida, o lo
que yo creía que había sido, al menos. Mi niñez, mi juventud, mi primer trabajo…
Y cada vez más cerca del suelo. Hice un cálculo aproximado del tiempo que me
quedaba, basándome en mi peso y en la altura del rascacielos (234 metros).
Faltaban 23 segundos para el final completo. Y aquí es donde me encuentro ahora
mismo, a 5 segundos de mi muerte en este mundo y en el verdadero. No puedo
pensar más que en cómo he vivido, y yo creo que lo he hecho bastante bien.
Diría algo memorable para despedirme, pero qué importa si nadie lo va a oír o
leer. Adiós, es lo único que se me ocurre, esa palabra inventada por mí y cuyo
significado solo yo conozco. 3……. 2…….. 1………..
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